Elèctric

Entrar al Elèctric es toda un aventura. La primera vez, parece una cueva, oscura, que se adentra hacia lo desconocido. Al sentarte en una mesa te relajas un poco, es un bar, hay música, bebidas, gente, poca luz y muchos cuadros por las paredes.
Cuando vuelves otro día ya te sientes más valiente, te atreves a seguir adentrándote en la cueva, y pasas a la sala de conciertos; te sientes como si hubieras entrado en una madriguera, pequeña y llena de gente, todos atentos a la música del grupo de turno.
Cuando pasan las horas ya te sientes habitante de la cueva, estás en tu entorno, te atreves con los mojitos, te relajas y bailas un poco. Y, como no, la electricidad ya está en tu cuerpo.

Es un bar que goza de bastante popularidad en Gràcia, recuerdo que cuando yo lo frecuentaba había música en directo los miércoles y actuaciones de cómicos, pero de eso hace ya un tiempo. No es especialmente espacioso ni encantador, aunque si no está muy lleno puede ser una isla de tranquilidad en Gràcia ya que está un tanto aislado de los masificados bares de la zona de las plazas, pero el estilo tampoco me mata. Mi recuerdo más significativo en este lugar ocurrió el día después de romperme el dedo gordo del pie, el cual precisamente una chica pisó de lleno y ni si quiera se disculpó al ver saltar los lagrimotes de mi cara.

Versión poética (rima libre): Y mira que le doy vueltas y entro en el Eléctric y se me aparece el Ecléctic. Cerveza, recogimiento y música «ao vivo» desde los cuatro y mil y doscientos y picos y patas y rincones del planeta. Me gusta estar vivo.
Versión práctica: El nombre puede llevar a engaño, en mi caso les funcionó; buscaba decibelios y me topé con recogimiento y buenas sensaciones, por lo que en vez de salir por patas me senté y me atreví con una (y dos más) cervezas… que el jazz y el blues y los sonidos del mundo sí amansan a las fieras si son regalados a la audiencia con maestría… y los grupos que suelen ocupar su escenario saben de ello.

Cada mañana durante un curso, o un embarazo, como lo veas, en total 9 meses, volviendo a Joanic des de mis clases de inglés con el muy honorable Dr. Andrew, pasaba por Travessera de Gràcia, inevitablemente enfrente el Elèctric, pero en el carril más alejado. Y me decía a mi misma, este Bar me da buena energía, notaba algo rarísimo, el cartelito azul, los pajaritos, jamás paré, pero os puedo asegurar que siempre, al pasar por delante, ¡pam!: Rayo eléctrico directo a mi mente.
Al final, la curiosidad mató al gato, decidimos bajar con mis compañeras de piso. El garito era cutre de narices, pero muy buen puesto. Podrido con estilo. Pillamos un espectáculo de marionetas finalizado. Y el precio de las birras no era como para quedarse disfrutando del paisaje, precios y camarera estrambóticos.
Hago un llamamiento a todos los musicófilos del planeta a que se pasen por allí, que sí, que sí.

Es un bar de barrio, no hay duda. En el que casi todo el mundo se conoce. Aún así, los que no somos asiduos también nos sentimos como en casa. Y no lo digo por esa mesa camilla con un tapete extremadamente vintage que hay poco antes de llegar al espacio dedicado a los conciertos. Lo digo
porque la atmósfera lo dice.
A las nueve de la noche se estila el cerveceo, pero una vez ha terminado el concierto, apesta a hierbabuena y ya pesan en la mano los gin-​tónics y los mojitos.
La pizarrita en la puerta le da aspecto de pub; pero en lugar de anunciar un versus futbolero, informa a través de ella de la actuación de la noche. Al bar Elèctric le pone cachondo la música en directo, no hay más que mirar el calendario de conciertos que hay pegado en la pared, al final de la barra. La sala dedicada a estos menesteres es intimísima; por orden cronológico en el Elèctric se pasa de estar en familia a estar muy en familia, pero se merecen un gran aplauso por el apoyo a los que empiezan a cargar con guitarras y etcétera.