Con nosotros entra un grupo de charcuteras del Caprabo en tiempo de descanso a tomarse el café con leche. Lástima que ya no se pueda fumar, aunque dentro huele sospechosamente a tabaco. Pasamos por detrás de un torrezno tomándose un quinto de pie en la barra y vemos que el que huele a Marlboro es él, impregnado en la americana que lo lleva. El Pedro está lleno de mesas puestas para la hora de la comida que se acerca impaciente. Al fondo, en una sala junto a la cocina, un grupo de chavales del barrio, con su inconfundible estética de surfero urbano y cierta reminiscencia canalla, se apalancan en una mesa apartada y saludan y se chotean del orzuelo de Serafín, el cocinero, que sale con el ojo a la virulé y una tortilla recién hecha en la mano. Serafín lleva barba de villano pero la comida impone respeto y hambre. En la barra uno bajito se queja de un tercero al del olor a Marlboro y al camarero. Hablan de un pollo que farda de mujeriego y que como es natural ya cansa. Hay resentimiento con los que dicen que se lo pasan bien. Y entonces el camarero, en un arranque de pensamiento positivo, cuenta el chiste del anciano que va al médico y se queja de que su cuñado dice que folla seis veces por semana. Qué puedo hacer, le pregunta al doctor. Y éste le responde: «Pues dígalo usted también».