Cristo de los Faroles

Quizá nos encontremos ante uno de los rincones escondidos con más encanto en la ciudad. Un pequeño trozo de leyenda que atrae a numerosos turistas y se ha convertido junto al callejón de las flores en uno de los espacios más fotografiados de Córdoba.
Tuve la ocasión de verlo en una noche cerrada bajo una fina capa de lluvia y el sentimiento que produce es impresionante. Situado en una pequeña plaza a la que se accede a través de unas largas escaleras situadas en la calle Alfaro, es difícil de encontrar pero merece la pena buscarlo.
Es aconsejable su visita en la noche, cuando la plaza solo queda iluminada por los faroles de la escultura central, un Cristo cuya sola presencia impone al amparo de la tenue luz de las velas. Estampa imprescindible de la Córdoba más mística, espacio imperdible en la ciudad que seguro no te defraudará.

Ni la plaza es del Cristo de los Faroles, pues realmente es la plaza de Capuchinos, ni el conjunto escultórico que la preside se llama así, pues es realmente el Cristo de los Desagravios y de la Misericordia (casí na!).
Pero popularmente, y tal y como cantan las coplas, todo el mundo lo conoce como el Cristo de los Faroles, por los ocho faroles que lo adornan.
Esta plaza tan singular antiguamente formaba parte del convento de Capuchinos, del que conserva el empedrado original.
Es impactante pasear por esta plaza a última hora de la tarde, cuando está solitaria, los faroles están ya encendidos y la luz no ha terminado de irse.
También es un punto neurálgico durante la Semana Santa y las Cruces.