En CaKiko

Entre tres y cuatro estrellas, le voy a dar cuatro. Porque me gusto el trato, el sitio y la primera caña del domingo.
He de decir que no me gustan las multitudes, la gente en general y poco o casi nada rastros y mercadillos, ni de bragas a un leuro ni de muebles vintaje (vintaaaas!). Pero oye, de vez en cuando no te queda otra que acompañar a alguien a quién le gusta (Z) y alli termine. En la huida de las aglomeraciones, encontré el CaKiko.
Bocacalle del rastro, poco transitado, un sitio de tapas (a nosotros no nos pusieron pero porque declinamos amablemente la oferta de una ensalada de tomate y cebolla). Tenían tostas con pinta bastante apetecible que por tamaño y precio serían un avituallamiento de lo más satisfactorio en jornada de rastro y que tampoco desmerecían por aspecto a las del rincon extremeño. El sitio pues ni muy lleno ni vacio. La gente necesaria para que no desconfies. La caña dejando esos maravillosos surcos que son simbolo de felicidad. Una pequeña barra de metacrilato dentro, más sillas para estar sentados y fuera una tabla de madera, haciendo las veces de terraza, a la sombrita y al fresco que es el sitio ideal para la primera caña (y segunda) de un domingo relajado y sin estres.
Si soy castigado de nuevo con jornada de rastro, volveré.

Después del Lucas mi sitio favorito para tomarme unas cañitas acompañadas de su correspondiente tapa. Si llego con apetito no puedo resistirme a la pinta de sus ricas y generosas tostas.
Aquí me puede el clasicismo. Su jamón y tortilla están tan buenos que caen, bien la primera con tomate, bien la segunda con ansia.
Si al llegar puedo elegir sitio tomo una banqueta y me acomodó a la izquierda, donde hay un pequeño estante de madera alargado que recorre toda la pared.
En invierno sirven un caldo humeante, con sustancia, que me aporta la fuerza y calorías suficientes para continuar escalando por las rampas del rastro.