Su eslogan es «la pizza como la recordabas» y vaya que si la recordaba tal que así. Gigante, barata, grasienta y muy rica. Así era la pizza antes, sobre todo la que servía para salvarte de un apuro, o para ver una película con unos amigos al calor de unas cervezas. La que sirven en Di Carlo, que tiene unos cuantos restaurantes desperdigados por Madrid cumple exactamente todos esos requerimientos. Y la verdad es que es mucho mejor que las que te puedan servir otras cadenas similares de la competencia. Obviamente, no hablamos de una pizza gourmet, ni muchísimo menos. Pero sí de algo capaz de calmar bocas deseosas de un buen puñado de hidratos al tiempo que se hacen fuertes en el sofá, con la intención de pasar toda la noche en plan cinefórum.