Gestoria Pons

Cada vez que me disponía a escribir esta reseña se me agolpaban los pensamientos en la cabeza y se me me nublaba la vista, pero llegó el momento de plasmarlo en formato digital… ¡por fin! Este lugar merece una visita, aunque sólo sea por curiosidad, porque realmente es un rincón de historia de nuestra ciudad. El señor José Luis Pons es un hombre que debería haberse jubilado hace lustros pero que ahí sigue sentado en su poltrona, fumando como un carretero (allí la Ley Antitabaco nunca llegó, es un territorio independiente) y haciendo crucigramas en el periódico, mientras mira quién entra y sale del lugar por encima de sus gafas de vista cansada. Un figura, este hombre, se le ve en cada mancha de la piel, en cada arruga, en cada uña amarillenta de la nicotina y en cada carraspeo. Bueno, pues su negocio es una gestoria y tiene a dos trabajadoras allí que son las que se encargan de llevar a los clientes bajo la aprobación del señor Pons al que yo sólo he visto encender pitillos, resolver encadenados y darles dinero para fotocopias.
Las señoras, ya maduritas (e inmunes al tabaco), son muy amables, la verdad. La primera vez que entré como fue un «shock» absoluto no caí en la atención pero es muy personalizada y familiar, casi como si fuera tu cuñada la que te lleva el papeleo, con los pros y contras que eso conlleva. Pros porque te dan confianza a tope y son mega baratos, contras porque son bastante tranquilotas y allí es que no pasan las horas, se les paró el reloj en 1949 y así se han quedado el señor Pons y sus «chicas». En nuestro caso, nos llevan allí la SS de la chica que viene a limpiar a casa una vez a la semana. Una de ellas (la más mayor) nos hizo el cálculo de la nómina con los porcentajes etc allí en un papel a mano (porque si en 1949 había calculadoras el señor Pons no tenía) que luego debió perderse entre los millones de dossieres y papeles que tienen acumulados.
¡Madre mía! si allí entrara mi madre levanta el chiringuito y saca polvo hasta del aire; es brutal la inmensa cantidad de cuadros antiguos con capa gris que hay colgados, las sillas de la posguerra, las estanterías que llegan hasta el techos, los libros, libretas, cuadernillos amarillos… de hecho todo tiene un tono sábana blanca lavada cien mil veces, mezcla de lo viejuno que es el lugar, el ambiente cerrado (no hay ni una salida de aire fresco) y las colillas que se han consumido entre sus paredes. El caso es que estamos contentos con el trato y el resultado, porque a pesar de lo que pueda parecer son amabilísimas y oye ¡de momento nos han dejado en el buzón de casa las dos nóminas que llevamos con la chica dada de alta!
Todo el papeleo de darla de alta, hacer las nóminas etc costó 50 euros y ya está, no se paga nada más a no ser que cambies la base de cotización o le subas el sueldo etc. Otros sitios nos cobraban 10 euros al mes, lo que son 120 al año ¡vaya timo en comparación con la Gestoría Pons! La verdad es que no sé en otros temas cómo lo llevarán, pero desde luego merece la pena una visita y si pasas por el barrio ¡entra aunque sea a preguntar cualquier cosa! Ya contaréis la experiencia…