Pescateria Cedro

— ‘Tengo que entrar, tengo que entrar…’
Esa era la frase que se repetía en mi cabeza cada vez que pasaba con el coche por delante de esta pescadería.
Por fin ayer paré el vehículo y observé el local desde fuera con absoluta tranquilidad, aprovechando que prácticamente toda su fachada está acristalada. Una luz violácea envolvía a los seis clientes que había dentro, en animada conversación con Vicente y Pepa, los pescaderos. Era el momento!!!
Una cola así de larga no suele ser atractiva para un cliente ya que ‘el que espera, desespera’, pero me vino de perlas en mi primera visita para ir haciendo un repaso por la decoración marinera, presidida por una red desplegada en la pared tras el mostrador; por la clientela, todos asiduos a juzgar por las conversaciones que se fueron sucediendo conforme eran atendidos; y, cómo no, por el producto, pescado fresco, MUY FRESCO, mayormente de nuestras costas. Así fue como, en un reducido espacio, se conjugó la perfecta trilogía comercio-​cliente-​producto.
Y es que poco más se puede pedir a un local que, si bien no destaca por su decoración, te hace sentir como en casa evocando las antiguas pescaderías de barrio, hoy extremadamente complicadas de encontrar más allá de los puestos de los mercados y con clara vocación, por desgracia, de convertirse en ‘la última de las aldeas galas frente a la invasión romana’…
Allí pude escuchar las conversaciones entre tenderos y clientes, como si de familiares se tratara, contando anécdotas sobre maridos jubilados que acaban de descubrir su pasión por la cocina y que sustituyen a sus esposas en las tareas de la compra para luego recalar en los fogones, o simplemente charlando del siempre socorrido tiempo meteorológico, porque ya se va notando el frío…
También mis ojos me permitieron descubrir que el PESCADO sigue existiendo, que no se ha convertido en un mito, en algo insípido o blanducho y que no ‘vive’ dentro de una bandeja: merluzas, palayas, bonitos, boquerones, salmonetes, sepias, rayas, galeras, pescado de roca, tellinas… ¿Sigo?
Pepa y Vicente trataron con el mismo cariño al producto y al cliente. Todos los pescados que salieron por la puerta iban perfectamente limpios, dispuestos a compartir un buen rato con las familias que aguardaban en casa, tras danzar un rato con los cuchillos. Me atrevería a decir, incluso, que iban contentos…
Como contento quedé yo (¿no se nota?) con el trato recibido, como si me conocieran de toda la vida, permitiéndome participar en la conversación con otros clientes. Haciendo, en definitiva, CLIENTES. Descubriendo, una vez en casa, que el bonito que me llevé se llama así por lo bello de su piel y lo firme de su carne, con su gama de colores y su olor a mar. Cuando, tras pasar por la plancha, cruzó los labios, bendije a los que desde ya son MIS pescaderos…

Una pescadería de esas de las que me gustan a mí. Y además, es que la palabra Pescateria, me gusta, oyes.
Con la decoración marítima y la cara del pescadero, dan ganas de entrar. Cuando entras, ya ves que tienen un pescado muy fresquito, con variedad. Sobre todo puedes encontrar mucho pescado autóctono, como en la mayoría de pescaderías valencianas.
Las sepias tienen una pinta extraordinaria, y están muy ricas. Recomiendo probarlas.
Los precios no son muy económicos, que digamos, pero si lo vale en frescura…