Regal’s

Se trata de una tienda de barrio fantástica con un servicio muy amable y profesional. Salvador M tiene toda la razón cuando dice que su fachada es «un tanto destartalada», no hay más que ver las fotos. Sin embargo, yo creo que está todo lo ordenada que se puede tener considerando el espacio del que disponen y la gran cantidad de género que hay.
Fuimos a comprar un «cuece huevos» y un carrito de la compra de cuatro ruedas. La chica nos atendió con mucho interés, nos enseñó todos los modelos y nos dijo, con mucha sinceridad, los pros y contras de cada uno. Lo de los «cuece huevos» se ve que es una cosa complicada y no tenían, pero se interesó mucho por saber dónde lo habíamos visto, si sabíamos la marca etc para poder conseguirlo. Estaba llena un sábado por la mañama de agosto, lo cual dice mucho a su favor (aunque igual el aire acondicionado tiene que ver), en definitiva una de esas tiendas de menaje de toda la vida del barrio que nunca, nunca, debe faltar.
Como novedad, el dueño me explicó que habían alquilado el local de al lado y tendrían más espacio para depositar con más acierto el género, aunque a mi su condición de «destartalada» me parece encantadora y no cambiaría ni una sartén, ni un utensilio de cocina de donde están ahora.

Una encantadora pareja gestiona este negocio de fachada un tanto destartalada pero de interior más que pertrechado para satisfacer las necesidades de cualquier cocinero exigente con su material.
En mi caso, que me encanta la comida pero huyo de la cocina como del agua escaldada, fui con un encargo claro: comprar sartenes de San Ignacio, moldes de silicona y espátulas de silicona, básicos para cocinar al vapor y trabajar mejor la ornamentación de la pastelería.
En fin, que si usted necesita cualquier cosa para la cocina de hoy –y mucho mejor para la de ayer: ¡como disfrutaría mi abuela aquí!- no lo dude, acuda a la Casa del Menaje.

Este es el típico sitio en el que nunca te fijarías, hasta que surge en tu vida una diatriba de esas que sólo puede responder tu madre. Por ejemplo que se te haya quedado pequeñà la olla que compraste sin pensar que algún día tendrías invitados, que se haya soltado el asa de la tapadera o que simplemente necesites una nueva… cosas a las que una madre es siempre quien mejor responde. Y lo hará llevándote a una tienda como esta.
Mi madre está cansada de tener que prestarme las cazuelas. A vece me dice «ya te lo prepararé yo», y yo se lo agradezco enormemente. Pero otras veces quiero hacerlo yo misma, porque entonces me apetece cocinar. Como ella no quería tener que dejarme sus ollas cada vez, pero tampoco se atrevía a dejarme sola en la búsqueda y captura del menaje, allá que fuimos las dos. Yo perdida en un universo de porcelanas y latón y ella como si hubiera regresado a un parque de la infancia.
Miró y tocó varias cosas, las volvió a dejar de nuevo en su sitio. Cuando empecé a sentirme sobre-​informada, con todas esas baterías intentando hacerse sitio en mi cabeza y me di cuenta de que para tanta información necesitaba también una despensa, me acerqué a ella, aún a riesgo de hacer que su diversión terminara, y le dije:
«¿Dónde están las ollas como la tuya?»
Ella se acercó confidencial y susurró dos palabras: «San Ignacio»
Y continuó su paseo como si además de sartenes fuera a encontrarse con un algún amigo o con un tesoro por esos pasillos.