Les voy a contar la verdad: a mí siempre me gustó la mujer de Héctor. Cuando la conocí, ella tenía ya dos hijos de mi edad, y yo todavía no salía de la primaria. Así es, yo buscaba las tortas del Güero(así llamábamos al lugar en aquel tiempo) sólo para verla a ella. Siempre supe que aquello era un imposible, pero tardé en aceptarlo. Cuando lo acepté, comencé a prestar más atención a las tortas de Héctor que a las de su esposa, aunque en realidad eran los dos quienes las preparaban. Después de la atención, vino el gusto. Luego del gusto, la adicción. Sí, me volví adicto a esas tortas de pierna(pierna adobada, no española) que preparaba el Güero. No eran grandes, como las que acostumbraba comer, pero su sabor lo compensaba. Desde el otro lado de la parrilla, el Güero me miraba como si lo supiera todo, pero todo lo que decía era: «¿Va con todo? ¿Chipotle o rajas?». Entonces, luego de la atención, el gusto y la adicción, vino el respeto. Le tomé a Héctor el respeto que merece cualquier chef de un restaurante de 3 estrellas, porque su trabajo lo valía. Ese respeto me obligó a dejar de ver a su esposa con ojos de lujuria, y a concentrarme en todo lo demás que el puesto ofrecía, y lo que iba añadiendo con el tiempo: sándwiches de jamón y pollo, sincronizadas(hawaianas y sencillas) y nuevas combinaciones para sus tortas. Han pasado los años, pero no el sabor ni la calidad. Por el contrario, éstos parecen aumentar con el tiempo. Fui a visitar a Héctor hace un par de semanas. El lugar ahora tiene una bonita lona con el nombre oficial: «Tortas D’Héctor». Antes de irme, le pedí que me dejara tomar un par de fotos del local. «Vengo acá desde chavito», le dije. Frunció el entrecejo como queriendo reconocerme. Ambos sabíamos que no iba a hacerlo: los años no han pasado en vano y de niño yo no tenía barba. Al no lograr saber quién era, sólo me regaló una sonrisa de cortesía. Alcé la cara para dirigir un «Buen provecho» a los que aún quedaban. En una esquina del lugar, detrás de una torre de platos que le ocultaban el rostro, sólo vi las manos de ella desmenuzando el pollo.