Granja Maldà

Un extraño islote en medio del gótico, que si no te fijas con calma puedes pasar por allí sin darte cuenta siquiera de que existe. Las galerías son un concepto como muy noventas, que uno no esperaría que pudieran sobrevivir en estos tiempos de Zaras y Starbucks por doquier, pero las Maldà lo hacen. Eso sí me da en la nariz que no debe ser precisamente fácil mantener negocios particulares en la era de las grandes cadenas. De hecho si os paseáis, valga la redundancia, por sus galerías descubriréis un sitio un poco lugubre, desangelado y con poco más encanto que viajar a unos días en los que España aun se estaba encontrado.
Como motivo adicional, podéis hacer parada en su cine, es donde se suelen proyectar los cortos del MECAL en invierno, además de tener otra variada oferta de ciclos, documentales o rarezas varias.
Para reconciliarse con la juventud de vuestros padres.

Las galerías, tan de moda tiempo atrás, han ido desapareciendo del mapa en Barcelona dejando a las Maldà como uno de los últimos vestigios de esta forma de comercio en la ciudad. Si ya son singulares de por sí, la Granja que hay dentro lo es más aún. Típico bar de mercado, sin más espacio que una estrecha barra, frente a la cual hay apenas seis o siete taburetes ocupando el mismo espacio que la galería. Nadie concebiría este lugar como un buen sitio para pasar las horas leyendo, o para una conversación íntima. Y sin embargo, el peculiar vacío de estas Galerías, en medio de la tempestad de la plaza del Pi, la calle Portaferrissa y las Ramblas, lo hace un lugar agradabilísimo los sábados por la tarde, por ejemplo, para tomarse un largo café con leche con pastitas, de las que guardan en potes de cristal para ahorrar espacio.