Romea

Tuve la gran suerte de disfrutar del preestreno de una obra de teatro que estoy segura de que va a tener mucho éxito.
La entrada me encantó, escaleras con alfombra roja (y como los servicios están arriba evidentemente subí y bajé por ellas sintiéndome la estrella invitada).
Hablando de servicios… una renovación no iría mal… son tan estrechos que para cerrar la puerta tienes que hacer malabarismos (en serio… ya sé que soy grandecita y que abulto lo mío pero es que aquello fue un tetris).
Con respecto a la sala el techo impresionante pero las sillas son de madera y con poca separación entre filas (me estoy acordando de un par de élites que se sentirían un poco encajonados ahí metidos). Las sillas al principio parecen cómodas… conforme va pasando el tiempo empiezas a desear que la obra vaya acabando para moverte ya que se acaban haciendo duras.
Lo bueno que tienen es que las sillas están colocadas de tal manera que cada uno tiene su hueco y por mucho que delante se siente alguien más alto tendrás un hueco para ver la obra).
La verdad es que la calidad de la obra eclipsó los pequeños detalles de los que os he hablado.

No sé si soy fan del teatro o de la obra. Vimos «Els veïns de dalt», muy recomendado! Nos reímos muchísimo! Estuvimos sentados arriba del todo y aún así se escuchaba super bien, o sea, la acústica no es de despreciar.
El pequeño bar que tienen abajo va bien para tomarte una Fanta Limón (ejem) antes de la función, o de picar unos pinchos y una tortilla de patatas (con espinacas si te atreves).
En general, una salida sorpresa muy agradable :)

Pequeño teatro antiguo pero con «caliu» (digamos que entrañable) que te transporta a otros tiempos.
Si soy sincera, ayer (23 de febrero) era la primera vez que entraba. El teatro lo conforman la platea y dos pisos más. Asientos antiguos pero cómodos.
Aparte de las primeras filas de la platea (como en cualquier otro teatro) recomiendo los laterales más próximos al escenario del primer piso: buena vista y con perspectiva.
Aunque la representación de ayer fue corta pero intensa (Viggo Mortensen en un formato muy diferente al habitual en el actor), lo cierto es que uno se sentía bastante cómodo y se podía sentir la complicidad del publico dado las escasas dimensiones del teatro.
Ubicado en la calle Hospital, es una situación perfecta para seguir disfrutando del entorno, aprovechando que Les Rambles están al ladito.

A priori, puede parecer un poco pretencioso hacerse mecenas de un teatro, pero gracias a que un pariente cercano se hizo mecenas de bronce del Romea, he visto casi todas las obras de la temporada sin pagar ni un duro. El mecenas paga una cuota de 180 euros al año y tiene dos entradas gratis para todos los espectáculos de la temporada. De entro todas las propuestas, algunas pueden ser más flojas o menos interesantes, pero la programación del Romea suele contar con tres o cuatro obras importantes al año: textos clásicos y contemporáneos dirigidas por los directores catalanes del momento con puestas en escena innovadoras o atrevidas y otras más convencionales y, casi siempre, con actores de un altísimo nivel. No siempre he salido entusiasmada del Romea, algún día me he aburrido y, hasta dormido, pero muchas veces me he ido con la sensación de haber visto muy buen teatro y de haber sido testigo de interpretaciones memorables que pasarán a la historia del teatro de nuestro país.

El Romea cambia de director. La temporada que viene se pondrá al mando Julio Manrique y ha anunciado cambios. Con la programación, de acuerdo, pero hay cosas que me descolocaría mucho que cambiaran. Hay cosas que espero encontrar siempre cuando voy al Romea.
Por ejemplo, sé que en taquilla estará la señora de siempre, con su peinado de siempre y su camisa de estampado demodé de siempre. Sé que me mirará sin mucho entusiasmo y vocalizará un hola un poco fastidioso. Le diré mi nombre y ella se pondrá las gafas (las lleva colgadas) en la punta de la nariz. Cogerá un cajoncito y, con una parsimonia alucinante, irá pasando sobrecitos sin parar de susurrar mi nombre para no olvidarlo. Emitirá un chasquido cuando lo encuentre y me lo entregará. Una vez las entradas en mi poder, sé que en la puerta de entrada al teatro me espera el señor de siempre con su camiseta negra de siempre y su sonrisa de siempre. Sé que habrá una coordinación perfecta entre el romper las entradas y el buenas noches. Siempre al mismo tiempo. Siempre de la misma manera… Sé que en hall veré fotos de montajes anteriores con los que disfruté mucho («La vida sueño» de Calixto Bieito, por ejemplo) o me aburrí como una ostra…
Sea como sea, seguiré yendo al Romea. Aunque haya cambios. Si vienen de la mano de la mano de Julio Manrique seguro que están bien. Aunque estas pequeñas representaciones tan cotidianas antes de entrar teatro no las cambiaba por nada. Aunque me cuesten diez minutos más de cola…

Se podría decir que es un teatro catalán. ¿Y por qué? Las obras y espectáculos que ofrecen siempre son de gran éxito, con actores catalanes, muy conocidos y de nivel. Yo fui a ver el otro díà la obra de Pluja Constant, impresionante ver a Joel Joan en vivo y en directo, impresiona su profesionalidad y sobretodo la 1 hora y media que los actores se pasan arriba del escenario sin descanso y sin equivocarse en ningún momento.
También suele ser escenario de muchas actuaciones musicales de éxito, como el gran grupo Manel.