El Bocata

Llevábamos meses intentando quedar varias amigas. Lo que me hace pensar que a veces es curioso lo difícil que puede ser cuadrar agendas.
Pero por fin el pasado miércoles fue el día que pudimos coincidir todas. Teníamos poco tiempo ya que una tenía que coger el tren hacia Madrid y la otra entraba a trabajar al poco tiempo. Así que optamos por una comida rápida cercana a la estación de tren de Sants. Recalamos en EL Bocata donde un simpático camarero nos atendió en la terraza. Para mí, todo un clásico de los paladares vegetarianos, un bocadillo de tortilla de patatas (la otra opción era un vegetal), mis amigas tuvieron más opciones.
Pero en el Bocata no sólo hay bocadillos también tienen una gran variedad de tapas riquísimas. ¡Las bravas aprueban con buena nota!

A mí me fascinan todos esos locales con un aire a antiguo, a años 80, a películas de Makinavaja. Con la foto de los platos en la puerta y en la carta. Con nombres básicos, nada de tonterías poéticas o de diseño. Nada pop, pero muy del pueblo.
El bocata ofrece lo que anuncia: bocadillos. Y las típicas jarras de cerveza para acompañar. Las típicas bravas. No son un diez en nada, pero son un notable en todo, y eso es mucho decir de según que sitios.

Y caían las jarras, una detrás de otra. Nuestras sienes se enrojecían, y él insistía en que después tenía que confesarme algo… yo ya imaginaba cuál era el secreto, pero dejé que pasaran las horas y el alcohol embruteciera la realidad del momento.
El servicio era bastante correcto. Uno de los camareros era más majo que las pesetas, siempre bromeando y regalando chanzas, y los otros cumplían de sobras con su deber y con las expectativas de los clientes.
Nos pedimos unas tapas para cenar y para poder seguir con el trasiego de cerveza y los consiguientes viajes al baño sin sufrir más de lo necesario… cojonudas esas tapas y a muy buen precio.
Acabamos de pagar y ya íbamos seriamente tocados, pero jamás hundidos. Nos sentamos a fumar un cigarrillo antes de irnos cada uno a nuestra casa, y mi amigo se empezó a poner algo nervioso. En realidad yo pensaba que todos sabíamos que nuestro querido colega era gay excepto él mismo. Me intentaba expresar algo de corazón, pero se estaba comenzando a poner demasiado nervioso: sudor por la sien, le temblaban las rodillas, palabras torpes y voz vacilante. Estaba sufriendo demasiado, le corté en seco: «Bernie, ya sé lo que me quieres confesar, ahórrate el esfuerzo, no hace falta pasarlo tan mal, hombre». Se alivió por no tener que contármelo, pero parecía que se quedó todo lo importante dentro. Pasaron un par de meses y Bernie volvió a su país. Hoy en día me pregunto qué era lo que realmente me quería confesar a mí precisamente esa noche.