Soy cliente asiduo desde hace unos 5 ó 6 años. Me lo recomendó Anna que entonces tenía su papelería junto a la peluquería. Andrés es un hombre exquisito en las formas y en su profesión. Siempre atento a los problemas de tiempo de la clientela, combina atención con buena mano izquierda lo que lo ha convertido en el peluquero por excelencia del barrio. Discreto en la conversación y en el precio. Muy recomendable. Si tiene problemas de tiempo haga como yo, pida hora por teléfono.
Adrián C.
Évaluation du lieu : 4 Barcelona
Cuando en 1981 abrió su barbería, Andrés creyó que su apellido, Vela, no era suficientemente original para encabezar el rótulo de su establecimiento. Así, decidió que usaría el de su mujer, Luengo, que parece que viste más. Como Luengo, como Vela o como Andrés, todo el barrio acude a él y él conoce bien al barrio, aún y siendo de Hospitalet. Sé de gente que a pesar de vivir lejos, por aquello del ascensor social, sigue volviendo a sus tijeras y a su acento andaluz atenuado con los años. Pone siempre a Luis del Olmo y compra para sus clientes, tengamos la edad que tengamos, El Periódico de Catalunya, la Interviu y algún Mortadelo. En esta selección, y en la ausencia de prensa rosa, se entiende lo de Peluquería masculina. Como buen barbero, Andrés sabe observar y escuchar. Observa a la gente de la calle y si algo se pone de moda entre los chavales, como aquel cenicero tan cholo de hace años, aprende la lección y prepara la gomina. Y escucha y sigue el rollo del cliente pelmazo mientras trabaja, a 9 euros el corte. Aunque hable y opine, como sabe esquivar las discusiones, no creo que la mayoría de nosotros sepamos qué piensa realmente Andrés de la vida. Solo sabemos que curra como un condenado, sábados incluidos, y que seguramente así se ha convertido en el señor de aire británico que conocemos hoy. Seguimos sin entender para qué quiere dos sillas de peluquero en su local, aunque hace unos meses nos explico que ya estaba buscando aprendiz. De aquí a no mucho Andrés se jubila y quizá hará falta durante el período de transición, durante el traspaso de carteras, un espacio para el presente y para el futuro, para irnos acostumbrando entre todos al cambio.