Bingo Laietana

¿Qué pinta un chico joven al que no le gusta el juego en el bingo?
Pues estaba practicando una modalidad de turismo barato que creo haber inventado yo: el turismo social. Y es que hay muchos ambientes diferentes en una ciudad como Barcelona. Ambientes enrarecidos, pesados, donde se hacen cosas distintas y la gente se siente de otra forma. Además había oído que ahí se come y se pimpla barato. Lo acredito, además es la única ventaja que tiene este lugar.
Pues allí estaba yo con mi cartoncito inmaculado intentando nadar en caspa y observando todo cuanto estaba a mi alrededor. Lo primero que me molestó fue la actitud de los empleados, que me trataron fatal. No sé si porque era demasiado obvio que yo allí no pintaba nada o porque esas son las formas normales con la clientela en este tipo de lugares. El caso es que me bebí cuatro whiskys mientras respiraba la tensión del ambiente, esta gente sufre lo suyo. Los peinados imposibles con más de medio bote de laca también llamaban mi atención, per sobre todo se sentía sordidez, la sordidez del vicio por un juego estúpido que se lleva buena parte de algunas pensiones.

Si reseño este bingo es sencillamente porque fue el primero al que entré, allá por 1876, semanas después de que Serbia declarara la guerra al Imperio Otomano. Iba con un grupo de gente a la que apenas conocía, amigos de la novia de uno, que amén de descubrirme esa maravilla de bar que es el H-​3, me iniciaron en el mundo del cartón. Mi yo de aquél entonces era un bicho miserable que si no espigaba en la basura era por miedo al qué dirán y que mataba por una promoción de 4×3 fuets Espetec en el supermercado. De modo que cuando solo por mostrar el DNI para entrar me regalaron un cinturoncito de piel de coneja, aplaudí como un enano; cuando además vi que a ciertas horas ofrecían menús a 3 euros, decidí que allí empezaba una época de mi vida más feliz.
Con el tiempo se me pasó. Dejé de ir a estos sitios porque entre otras cosas es un juego bastante chorra, mecánico y aburrido como él solo. Recuerdo ahora a aquella gente a la que no conocía, con los que pisé un bingo por primera vez. Y pienso en esos tiempos pasados, de señoras viudas, de grasilla, de cubatas aguados. Y un poco de rencor me queda, por qué no.

Aquí donde me veis, no me como un rosco. Sin embargo, apuntad esto, mi suerte amorosa va a mejor incesablemente en los próximos tiempos. ¿La razón? Caigo derrotado siempre que voy al bingo. Y voy mucho, creedme. Y de todos ellos, mi favorito (sí, ya he llegado al fetichismo de tener bingos favoritos) es el de Via Laietana. Tiene todo lo que tiene que tener un bingo, señoras fumando (ahora ya no) y mucha caspa. A dos euros el cartón, la comida es barata, el ambiente es sórdido, las azafatas por lo general muy borde (¿no os parece genuinamente fantástico?) y la suerte, bueno pues la suerte, dicen que está, pero yo ni la huelo.
P.D. A la salida suelen dar un regalito. ¡Son tan monos!