Lo descubrí hace poco. Primero, su nombre me parecía un insulto en vasco: «¡Obón, más que obón!», pero me di cuenta que no al ver sus tapas. No se las podía insultar de ninguna manera. Tiene muchas y –las que he probado– bastante buenas, incluso a veces muy buenas. Los chocos siempre triunfan, las típicas bravas, pulpito, los boquerones de toda la vida. Tengo que reconocer que la primera vez que fui, me asusté: yo estaba de espaldas y oí un trueno que me decía «hola, ¿qué queréis?». Era el camarero, de dos metros o dos y medio(yo no soy muy alto y los altos, todos me parecen muy altos). Pero al ver que venía en son de paz y de buen rollo, sonriendo a todo el mundo, pensé que éste sería un buen lugar. Y casi demasiado bueno: los fines de semana soleados, os recomiendo que vayáis a desayunar mientras leéis el periódico, y ya enlacéis con el vermut, porque si no, lo tenéis muy pero que muy difícil para conseguir mesa. Pero tranquilos, tiene un interior la mar de agradable –cosa no tan habitual en muchos bares de barrio-. ¡Obón, más que obón!
Marta M.
Évaluation du lieu : 4 Barcelona
Tapas y más tapas. Un local cutrillo, escondido durante años por las obras que han asolado la plaza Maragall. Y sin embargo, ahí sigue. Lleno hasta los topes los fines de semana, con su terraza de verano, su vino peleón y su simpatía. No hay quién en el barrio no conozca este lugar, antaño frecuentado por taxistas y hoy un obligado de la ruta tapera del Camp de l’Arpa. A mí me llevó hace años un amigo que vivía por el barrio. Y hemos celebrado mucho allí. Incluso a veces, hemos celebrado sin tener nada que celebrar de verdad. Sólo por darnos el gusto. Os recomiendo las bravas y el cerdo adobado, para mí las tapas estrella del lugar. Y, si encontráis sitio, no dudéis en sentaros en la terraza. Sobre todo en las noches de verano allí se está de lujo y se cena por un precio más que razonble.
Adrián C.
Évaluation du lieu : 4 Barcelona
Quizá algo a la sombra de su competidor y hermano mayor, el Obón es el segundo bar de tapas de la plaza Maragall, ese al que mucha gente acaba yendo cuando los domingos a mediodía deciden ir a tomar algo a La Gamba. Y en realidad no le va a la zaga. Alguien me dijo un día que no pidiera tapas en el Obón, que cuando le echara una ojeada a su cocina se me quitarían las ganas. Lo cierto es que no tenía recuerdo de haber comido allí hasta entonces, y paradójicamente la mala crítica hizo que me picara la curiosidad. Me da un poco igual cómo esté la cocina –si tuviera que ser delicado con las entrañas de los bares creo que comería siempre en casa– porque en realidad sus bravas, sus rejos, sus choricitos son más que potables. Lo que sí tiene el Obón es que es más canalla que La Gamba. Aunque no se hace antipático, el dueño es bastante más expansivo que el del bar vecino: cuarentón con camisetas ceñidas, rudo y de voz fuerte, sirve a sus clientes con un evidente deseo de agradar, lo cual obviamente no es mal asunto. Parece ser, por alguna foto colgada, que la celebración de la victoria de la selección española en el mundial de fútbol de Sudáfrica fue una cosa épica, lo cual señala que para la parroquia no es solo un bar más. Para el resto, no es una mala opción, incluso aunque haya mesa en La Gamba.