Caffe San Marco

Si uno monta una cafetería de postín, parisina y elegante, y la Foix de Sarrià le queda justo enfrente, como es natural comprará los cruasanes allá y podrá competir en savoir-​faire con los mejores establecimientos de la zona. Con espejos por doquier, muebles y zócalos altos de madera noble y grandes cristaleras abiertas a Mayor de Sarriá, calculo que al Caffé San Marco irá mucho escritor con su Moleskine y mucho seductorcillo con su proyecto de novia. Me dicen, sin embargo, que por las mañanas se llena. Hoy, sin ir más lejos, hay un tipo en una de las mesas que dan a la calle que habla indignado con su acompañante mientras bate el azúcar del café con leche. Luce una pegatina amarilla contra los recortes en la Sanidad catalana. Normal. Cuando una cafetería es agradable se junta en ella todo el mundo, no solo nostálgicos de un París de mentirijillas.

Es un bar de mañana con sabor vienés, para tomar el café y la pasta, o sus variantes, y leer el periódico. Pretende ser un café antiguo a la europea, con un cierto pedigrí y aires de nobleza, venida a menos, eso sí. Es un establecimiento clásico y acicalado, con un público sorprendentemente variado y familiar siendo como es un bar pensado eminentemente para personas mayores. Es un bar para desayunar y para merendar tranquilamente, para personas que tienen tiempo, que les gustan los dulces y que no necesitan llegar a ninguna hora. Imagino que debe ser un buen lugar para hacer los deberes, o para pasar la mañana leyendo en lugar de ir a clase de matemáticas.
El servicio era de una sequedad considerable, parco en palabras y más bien tacaño en expresiones de cortesía, pero afortunadamente alguien ha rectificado y ahora atienden unas camareras muy simpáticas y muy saladas. La sala del fondo es menos ostentosa que la principal aunque mucho más claustrofóbica y con menos luz. Allí queda uno dejado de la mano de Dios, abandonado a su suerte, como un náufrago en un isla, consigo mismo y con los restos de los demás consumidores (cucharas, tazas, servilletas, vasos, etc…) que suelen pasar varias horas esperando a que alguien las venga a rescatar. A veces miro las botellas de refrescos vacías o los papeles que envuelven las magdalenas encima de la mesa y me identifico con ellas al recordar las tardes en las que esperaba a la salida de la escuela a que alguien me viniera a recoger.
El bar tiene un ventanal muy grande que da a la calle Major de Sarrià. Por lo visto hay mucha gente que le gusta estar expuesta como un maniquí, a juzgar por lo cotizados que están aquellos asientos.