He regresado al Can Barça después de mucho tiempo, teniendo en cuenta las tardes de mi adolescencia que pasé entre esas cuatro paredes. Lo primero que he hecho ha sido confirmar que todavía existen el futbolín y la mesa de billar. El camarero me ha dicho que todo sigue igual excepto una cosa: ya no se puede fumar. De pronto he caído en lo importante que era para este bar el humo del tabaco. Toda su personalidad la obtenía de la nicotina, de los submarinos que se formaban, del encender un pitillo con la colilla del anterior. Visto ahora, limpio y sin humo, este bar de tragaperras parece una broma. Ese carácter rudo y obrero ha perdido el encanto por culpa de esta operación de maquillaje ministerial. Era un bar de dientes amarillos y mal aliento al que han llevado al dentista para que le hagan una limpieza bucal. No dudo que el espacio ahora es más higiénico(ahora que ya no hay sarro), pero le han quitado de un plumazo todo su espíritu y su identidad. Ahora más que un bar parece un zombie, un ser sin voluntad, anestesiado, eso sí, la mar de pulcro y aseado.